En este conocido cantón, un grupo de señoras de Barrio Escalante, tienen una peculiar tradición que practican desde hace muchísimos años. Este grupo cumple a cabalidad con su tradición que le rinde homenaje a dos virgencitas, que tienen muy bien cuidadas. La tradición consiste primero en que una de las dos virgencitas es trasladada durante cada día, los 365 días del año, a una diferente casa para que les brinde bendiciones a todos los hogares del barrio. Llueva o truene la virgencita pasa de casa en casa sin fallar para que todas las señoras puedan disfrutar de sus bondades.
Hay otra virgencita que este mismo grupo chinea bastante, le dicen entre ellas “la virgencita grande” pues su tamaño es de aproximadamente 70 cms, protegida por una vitrina con vidrio y un marco de madera. Y créanme cuando les digo que no es nada fácil transportarla. Con esta virgencita la tradición varía un poco y consta de realizar un rezo una vez al mes y esta virgen permanece durante todo el mes en la casa de quien realiza el rezo, brindándole protección durante todo el mes a la anfitriona que debe cambiar mensualmente.
Aunque no soy muy religioso, me conmueve esta tradición. También se da en el barrio donde vivo desde hace 30 años, Quesada Durán, al sur de San José. Las señoras del barrio llevan de casa en casa a la Virgen María. He visto los ojos expresivos y la emoción de doña Isabel, mi suegra, cuando le ha tocado el honor de tener a la imagen en su casa. Antes de recibir la imagen, limpia y ordena su casa con gran esmero. Bueno, siempre lo hace, pero con motivo de la visita de la Santa, se esmera aún más y sacude rincones de la casa que usualmente no se tocan. Por la tarde, las señoras del barrio llegan a la casa, rezan sus oraciones, piden favores a la Virgen y luego comparten un cafecito. Lo reitero, no soy muy religioso, pero respeto profundamente esa tradición y valoro el sentido de compañía, de solidaridad y de amistad que encierra el ritual de compartir la imagen de la Virgen.
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