Por Roberto García
¡Ya viene la tamaleada!
No sé por qué razón, en Navidad los tamales me saben mucho mejor que el resto del año, porque aquí comemos tamales... todo el año!, pues no hay turno o fiesta popular donde no se lo ofrezcan a uno. En general, son riquísimos, pero, reitero que es en Navidad cuando mejor me saben. Tal vez eso tiene relación con los vientos alisios, con esa sensación de frío y de aire puro que se respira en los días de la Navidad. Las montañas se distinguen con más claridad en sus contornos y, en diciembre, el cielo es completamente azul. ¡Qué rico! ¡Ya viene la tamaleada! Y al saborear mis tamalitos y cafecitos de diciembre, no dejo de pensar en nuestros ancestros, en el origen de esa delicia envuelta en hojas de plátano, un origen que se remonta a los pueblos indígenas. Como tenían que hacer largas travesías, de un pueblo a otro, entre las montañas, los indígenas llevaban sus alimentos, los que conservaban en forma natural. A la carne de los animales que cazaban, le echaban suficiente sal, con el fin de que no se descompusiera. Y el tamal, propiamente, era como un plato completo, entre la masa, la verdura, el arroz y la carne. En fin, cada vez que me siento a disfrutar de mi tamal y mi café, siento una especie de sincero agradecimiento para nuestros ancestros. Pero además, compartir café y tamales me satisface muchísimo más que si como en soledad. Es mejor café y tamal con palabras, porque la compañía de una amiga, de un amigo, de la familia y hasta de un desconocido, es un ritual sencillo de felicidad, que merece celebrarse.